¿Alguna vez se preguntó de dónde vienen las ideas? Steven Johnson, el autor de “De dónde vienen las buenas ideas”, en una charla TED en 2010 dijo que las ideas son hechos físicos, “una nueva red de neuronas ... estallando entre sí en sincronización por primera vez dentro de su cerebro”.

¿Cómo los estimulamos? En las culturas corporativas y creativas, la respuesta frecuente es realizar sesiones de lluvias de ideas de emergencia, buscar “rayos de inspiración” o “golpes geniales”. ¿Pero funcionan realmente como ejercicios de creatividad?

Probablemente no. La lluvia de ideas la inventó en los años 50 Alex Osborn, un ejecutivo publicitario, con los siguientes principios: 1) generar todas las ideas posibles 2) sin crítica 3) priorizar las ideas más escandalosas y 4) refinar, generar y destruir ideas según sea necesario. Sin embargo, en el último medio siglo, las investigaciones nunca demostraron que la lluvia de ideas produzca una mayor cantidad de mejores ideas. La práctica no está mal, simplemente no es perfecta. Intente estas sugerencias para que sea mejor.

Haga que compartir ideas sea parte de la cultura. Cree una “fábrica de ideas” en su oficina o estudio donde las ideas se puedan encontrar, juntar y transformarse en algo nuevo. Dé tiempo para que los presentimientos se incuben; bajo presión somos menos creativos. Según Adam Grant, un poquito de postergación puede darle un gran impulso al pensamiento creativo.

El enjambre de ideas o brainswarming, un ejercicio casi silencioso, comienza escribiendo el objetivo o el problema en la parte superior de una pizarra, lo que permite concentrarse en la estrategia para los que piensan de arriba hacia abajo, y enfocarse en los detalles pequeños para los que piensan de abajo hacia arriba. Puede no generar muchas ideas pero, a medida que se van llenando las piezas del rompecabezas, nacen soluciones viables.

A la inversa, brainwriting se parece más a la lluvia de ideas tradicional, pero las ideas se escriben en un papel y se pasan a otra persona, y así se van agregando a lo que haya surgido. ¿La ventaja? Las ideas de los introvertidos reciben tanta atención como las de los extrovertidos.

¿Y si no hay un espacio compartido? Los equipos que trabajan a distancia también pueden mejorar con la lluvia de ideas. El filósofo del siglo XVIII John Locke tenía lo que él llamaba un “libro de lugares comunes”, que era un cuaderno donde escribía inspiraciones y presentimientos. Él releía entradas, volviendo a pensar lo que había estado pensando meses atrás, lo que le permitía establecer conexiones nuevas. Aprovechando su práctica, provoque la innovación con un “archivo de ideas” compartido, usando Evernote o Google Docs. Al fin y al cabo, nuestras mejores ideas, más que ser verdaderos momentos “Eureka”, generalmente surgen de las cenizas de lo que vino antes.