La calma belleza de las imágenes sin nosotros es una extraña preocupación; puede ser porque actualmente estamos muy obsesionados con las “selfies” y los dibujos de gatitos graciosos para mandar cariños. Pero también es muy oportuna, dadas las alertas recientes sobre el cambio climático y nuestra entrada sospechosa a la sexta extinción de la Tierra que podría, eventualmente, incluir a los humanos.

Desde una perspectiva psicológica, las ruinas nos atraen. El descubrimiento, estudio, e incluso la “creación” de las ruinas fue una conocida parte del Romanticismo en los años 1800. Si bien se valoraba su estética, lo que era clave era su profundo efecto en los que las veían: las ruinas ayudaban a la reflexión sobre la naturaleza efímera de la vida, el eventual deterioro de la belleza y la inevitabilidad de la muerte.

Para los espectadores de hoy, las ruinas tienen efectos similares e incluso son una forma de nostalgia. En lugar de añorar nuestro propio pasado, añoramos una cultura que sea mejor que la nuestra. ¿Se siente el mismo impacto cuando uno ve edificios y espacios de nuestra propia sociedad? Quizá, al explorar estas escenas, sin gente, podemos realmente comenzar a comprender lo que significa ser humano. En lugar de enfocarse en espacios abandonados y en estado de deterioro, la mayoría de estas imágenes representan escenarios donde los humanos han desaparecido repentinamente del paisaje.

Puede haber una sensación misteriosa o post-apocalíptica, pero en la mayoría de los casos, las imágenes son visualmente interesantes. La geometría, las líneas, las formas y los diseños son asombrosamente aparentes, sin las distracciones de la gente y sus interacciones. Por supuesto, las cosas que hemos construido probablemente se desmoronarían sin nosotros para mantenerlas. Pero la belleza es efímera, y nada dura para siempre.